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La metamorfosis de Gregorio - María de la Luz
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La metamorfosis de Gregorio

ARGUMENTO: Gregorio se despierta un día y se muestra transexual a su familia

TRAMAS PRINCIPALES:

1- El cambio de sexo de Gregorio, el rechazo al colectivo transexual, el dolor, la dificultad y el trabajo interior de reconocerse y aceptarse transexual y el punto de vista cruel de la no aceptación de la familia

2- La violencia de genero

3- El trabajo

PERSONAJES: Hermana, padres, Gregorio. Más adelante en posteriores capítulos los compañeros de trabajo y vecinos que acuden a la casa a preguntar por el.

TEMA: El rechazo, la vergüenza, la “seguridad” de una vida normal y lineal sin permitirnos ser quienes verdaderamente somos. Las máscaras.

SIMBOLISMOS: la música como escape, la voz apagada de la madre, el cambio de sexo como metamorfosis

MI VERSIÓN: La metamorfosis de Gregorio es en mujer y no en escarabajo y es elegida. Supone un trauma y vergüenza en una familia que se esconde tras una máscara de normalidad y que rechazan el nuevo género de Gregorio por la vergüenza y miedo a perder el sustento.

Dos mujeres dominadas bajo la violencia de un padre violento que le ayudaran a someter y encerrar a Gregorio en su habitación y que irán paulatinamente sedando hasta que muera solo y encerrado esperando a ser aceptado por su familia.

La novela narra el encierro y ocultación de Gregorio desde el punto de vista del debate interior de la hermana


 

Abro los ojos a las 6 con unos golpes tímidos en la puerta de al lado. Siempre he tenido el sueño extremadamente ligero, siempre estoy alera, como si una nube negra estuviese acechando, y el sonido, aunque suave, de mamá tocando en la puerta de Gregorio me despierta del letargo nocturno. Oigo ruidos, susurros, la melodía insulsa de un móvil. los nudillos endebles de mi madre que no cesan de sonar. En mi familia los imprevistos y los cambios son raros. Llevamos una vida lineal, llana, autómata. Que Gregorio se haya dormido es claramente una alteración. ¿Porqué soy tan agorera, tan asustadiza, porqué tiene que haber pasado nada que nos saque de la normalidad? ¿O quizás lo anhelo? Un poco de vidilla en la monotonía de suburbio. Siento una pincelada de ¿presión en el pecho? ¿En la garganta? ¿culpabilidad? Pobre Gregorio, no deja un solo día de madrugar para acudir al almacén de logística en el polígono industrial. Ahora es encargado del equipo que carga de los camiones. Soporta horarios inhumanos para traer el único sueldo que nos da de comer. Con la paga ínfima de invalidez de papá no llegábamos a nada. Cada vez que pienso en papá algo se inquieta en mí, una punzada en el estomago. Me enerva su cojera, su incapacidad, la amargura y voz grave, amenazante, demandante frente a la cabeza agachada siempre de mi madre. Y mientras el, Gregorio, matándose de sol, a sol, ha conseguido, además, un trabajo nocturno. Creo que sirve copas en un bar. Llega a las 3 de la mañana, y también trabaja todo el fin de semana, apenas duerme 3 horas y se levanta para traernos el sustento a esta familia de inútiles en la que nos hemos convertido. A veces, como estos días atrás, incluso viaja con los camiones para ayudar a descargar en destino e ingresa dinero extra para pagar mi matrícula en el conservatorio. ¿Cuánto tiempo llevo sin verlo? La familia y Gregorio llevamos vidas y horarios encontrados. Papá, mamá y yo con nuestra línea recta de levantarnos, arreglar la casa, cotorrear con las vecinas, fingir lo que no somos (eso que no falte) instalarnos en la queja, dejarnos ver los domingos en la iglesia de barrio, buscarme marido, comer de lo que otro nos sustenta e irnos a dormir. Y el, Gregorio, mi hermano mayor, mi modelo, mi héroe. El simplemente trabaja mientras a los demás se nos escurre la vida plana, sin textura, entre los dedos.

Papá está gritando, mamá está llorando, sus gemidos son ahora fuertes, desesperados, como un gato mojado bajo la lluvia. ¿Mamá llorando? ¿mamá que jamás levanta la voz? A veces me descubro deseando que un día grite y se levante, que despierte como un volcán dormido, que se revele contra la mirada de acero dominante del macho alfa, que, aunque tullido, nos somete con solo levantar las cejas. Ella siempre calla, yo siempre callo, y Gregorio siempre calla mientras se desvive por mantener nuestras necesidades básicas. Tengo miedo de salir. Fantaseo con sacar mi viejo violín que el me compro de segunda mano en el rastro un día que tuvo que descargar en Madrid. Ese cuya melodía a veces nos permitíamos escondidos en la humedad de una esquina del sótano, para regar el alma y añadir color al blanco y negro. Anhelo esos días que podíamos pasar más tiempo juntos. Ahora vagamente nos vemos. Apenas escucho unos pies arrastrándose por las baldosas del pasillo de madrugada. Parece que escucho a mi hermano hablar. Suena sereno. Papá vocifera. ¡Han llamado del almacén de logística! ¡Gregorio lleva semanas sin ir, lo han despedido!. Gritos, lloros… ¿no ha viajado esta semana a Alicante a descargar material de construcción? ¡la penumbra de la incertidumbre almibarada con novedad! ¿Que está pasando? Abro la puerta despacio, salgo al pasillo descalza. El escalofrío gélido de sentir a mamá llorando en el suelo frente a la puerta abierta de Gregorio. Se tapa los ojos – ¿en que te has convertido hijo? – papa vocifera dentro. Sale arrastrando su pierna, me mira, los ojos vidriados por la ira ¿o por el llanto? escucho mi voz aguda preguntando. -Entra y descubre por ti misma- me espeta. -Tu hermano ha mutado-

Huelo la incredulidad y el asombro. Doy pasos tímidos – que pasa, que pasa, “padrenuestroqueestasenloscielossantificadoseatunombe”- entro, levanto la cabeza y lo veo de frente. Gregorio es UNA MUJER.

Llevo tres días negándolo, fase de no aceptación, incredulidad. En su duro peregrinar entre carga y descarga mi hermano ha empezado a hormonarse. Ahora se atisban curvas en su antes insulso cuerpo delgado. Ha desaparecido el vello facial e incluso la voz es más clara y aguda. En los días que lo imaginábamos en su viaje y labores de logística en levante, Gregorio se ha operado el pecho, dos grandes colinas asoman donde antes había llanura. Ha dado el paso, lleva peluca rubio platino, ondulada hasta la fina cintura de avispa, ese vestido de licra rosa que yo había desechado hacia meses porqué mis hormonas adolescentes modelan mi cuerpo y ya no me queda bien. Y el maquillaje. Casi obsceno, exagerado, con el rímel corrido y el pintalabios carmín esparcido más allá de sus labios desdibujados se mezcla con la sangre tras el puñetazo despiadado que ha recibido de papá. Mi mundo lineal está en pausa. Congelado. El bar donde sirve copas para ganar un extra resulta ser un local de performace donde es la más aclamada bailarina transexual. Con lo que ha ganado contorneando sus curvas y frotando sus nalgas redondas contra las braguetas, ha pasado por el quirófano y planea volver a hacerlo en una semana. El cambio definitivo, la metamorfosis de sexo. No ha podido ocultarlo más. Hoy a decidido dar una bofetada de realidad más fuerte que cualquier puñetazo de mi padre, y ha vomitado a borbotones su verdad. Ha roto las puertas del armario tan estrepitosamente que las ha desencajado, mientras nosotros, el resto, hemos seguido caminando desganados y ciegos por la vida sin apenas intuir. Seguros de que a fin de mes entraría un sueldo. No lo veíamos nunca, Gregorio solo trabaja con horarios opuestos a nuestra abúlica existencia y jamás se me ocurrió ni pensar que los restos de purpurina que encontré en el suelo mientras limpiaba su cuarto podían ser prueba de la doble vida que lleva. La mandíbula tensa y la boca muy seca, no puedo cerrarla de la sorpresa. Al contrario que mis padres yo he escuchado su discurso emocional. La dura batalla interior de reconocerse y aceptarse mujer, siempre lo ha sentido pero solo aceptado tras observar durante viajes eternos las portadas de playboy en las cabinas de los camiones. Un día llegó la luz y la certeza que desempolvaron las sospechas y Gregorio se supo “Tifanny” y ya no había vuelta atrás. Espera comprensión, La inmensa paz de sentirse en sus zapatos, de tacón ahora. Sin importarle el que dirán, sin importarle su despido, el dejar a la familia sin sustento y nadando a la deriva en la más absoluta de las vergüenzas y si, el asco. Porqué después de la sorpresa, después de intentar empatizar y escuchar y buscar en sus ojos el hermano mayor que siempre me acompañó y protegió, ahora yo, solo siento asco por lo que se ha convertido y en lo que ha transformado esta familia. No siento su dolor, no quiero comprender. La ira me satura el hígado. ¿Tengo miedo?, ¿me siento culpable por haber deseado mudanza en nuestras vidas?, ¿lo habrán visto las vecinas?, Mi hermano es un arcoíris multicolor en su cuarto gris de muebles rancios. Nadie se va a casar ahora conmigo si se enteran en la iglesia, en el polígono o en el barrio.

Mi Madre solo llora, papá maquina con su mente perversa. – De ninguna manera vamos a permitir que se lleve a cabo su intervención de cambio de sexo- Desde esta mañana hemos cerrado su cuarto con llave, hemos fingido una enfermedad infecciosa frente al vecindario y le pasamos la comida dos veces al día. Deshacemos sedantes en su vaso de agua y Gregorio se va apagando, esperando amor por nuestra parte en el inmenso letargo de su encierro. Sin quitarse el traje rojo ni la peluca ni la esperanza. Convencido de que nuestro corazón se ira paulatinamente ablandando hasta aceptar. Ni nos culpa ni se indigna y mientras espera en la soledad de su estancia, hacemos planes para recuperar nuestra anhelada vida uniforme, un trabajo de costurera para mi madre, de dependienta para mi, sin permitirme escuchar esa voz interior que a veces me despierta de noche, esa pelota hinchable que estamos empujando bajo el agua, el secuestro de una parte de nosotros mismos .